A poco más de 80 kilómetros de Katmandú y tras un largo paseo en jeep de unas 6 horas, llegamos a Bastipur, el idílico pueblo donde Nepal Sonríe desarrolla su proyecto escuela para niños de hasta 5 años. Éste está situado entre montañas y bordeado por un inmenso río, que dicen, está a rebosar durante la época de monzón hasta llegar incluso a cubrir un pequeño puente, que a día de hoy utilizan los niños para cruzar y alcanzar la escuela.
Sin lugar a dudas, la vida aquí dista ampliamente de las formas de vida que seguimos en Europa. Pero especialmente llama la atención la gran calidad y frescura de los productos y la rica cocina nepalí, lo cual aquí en Bastipur, se hace realidad usando los más exquisitos manjares, que en nada tienen que envidiar a lo que conocemos por ahí como ecológico o bio. Y es que la leche con la que tomamos el té cada mañana, viene recién ordeñada y precisa de ser hervida al menos durante una hora, al igual que colada, antes de estar lista para el consumo. Bien recuerda a cómo solían beberla nuestras abuelas (especialmente, aquellas que han vivido alejadas de las ciudades grandes). En estos momentos me viene a la mente la mía, que no creería que a miles de kilómetros de casa, la leche aún se recibe fresca cada mañana y necesita de ser tratada con tiempo y esmero. A la yaya bien le agradaría, sin lugar a dudas, el yogur espeso bien similar al requesón, que aquí llaman Khuwo y que apenas necesita azúcar ya que contiene un dulzor natural y único. Se puede encontrar en los mercados, cuajado y con un ligero tono azulado. No se precisa comprar mucho, porque un poquillo ya consigue saciar hasta los estómagos más exigentes.
Y es que la cocina nepalí, no puede presumir de abundantes postres, especialmente si se tiene en cuenta que buena parte de sus dulces también resultan picantes, al menos para el paladar del turista, con lo que los clasificaríamos dentro de los aperitivos, en lugar de dejarlos para el último bocado. Eso de dejar el dulce para mantener un buen gusto tras la comida, no resulta del todo efectivo por estas tierras. Si que nosotras las voluntarias, nos quedamos con el dulce desayuno de nuestra Nirmala, la mejor cocinera nepalí donde se precie, que gratifica el trabajo de los voluntarios con su delicioso chapati (una especie de crep grueso, más bien procedente de la cocina india), huevo frito ligeramente aromatizado y tintado con curry y los típicos mini plátanos nepalíes, que a veces vienen con sorpresa dentro (una especie de bolita negra a la que no nos tienen acostumbrados los plátanos de Canarias).
En cuanto al plato principal, el estrella es sin duda el daal bhaat tarkari, o lo que es lo mismo, arroz con verduras coloreadas al curry y sopa de lentejas amarilla. Para los voluntarios, ésta es la cena que comemos cada noche, variando según el día el tipo de verduras con la que se cocina. Nirmala prepara esta cena que a su vez sirve de la comida y desayuno de las trabajadoras locales de la escuela. Y es que en Nepal el arroz está a la orden del día, tanto para el desayuno, la comida como por si no hubiese sido ya poco, la cena. Si bien es cierto, esto puede variar con fideos finos o chow mein, parecidos a los usados en otras cocinas asiáticas, que además vienen individualmente empaquetados en bolsitas de plástico, lo cual resulta un poco doloroso, si bien es cierto, pues rompe con esta idílica imagen de la cocina tradicional y rural de usar productos del mercado del pueblo.
Si algo podemos destacar de la cocina nepalí es que no es precisamente variada, aunque bien puede cambiar según las regiones y dejarse más influenciar por la comida india, a medida que nos acercamos a la frontera. Los voluntarios que vengan a Bastipur, pueden estar seguros de que van a comer como auténticos reyes, ya que el completo menú del día, está elaborado con todo el amor y cariño del mundo por Nirmala.
Atención, a los amantes del ajo, ya que cocinando verduras para aproximadamente unas 5 raciones se llegan a utilizar hasta 20 dientes bien picados entre dos piedras, a lo que además se le incluyen diversas especias, entre ellas el curry, que finalmente, le otorga el color amarillento tan característico. No estando satisfecho con el banquete programado, si se quiere engañar al estómago entre horas, basta dar un paseo por Bastipur, para saborear los deliciosos rollos de pan frito que podemos comer acompañando el daal bhaat tarkari o una especie de buñuelos también fritos, que en otras zonas se pueden encontrar incluso rellenos con una especie de crema blanca dulce. Eso sí, no aconsejamos comerlos a aquellos que se sacian rápido, ya que será difícil acabarse la comida o cena luego. Cabe recordar que por aquí hay que evitar tirar comida, así que recomendado es acabar el plato para que no termine siendo pasto de los animales de la casa que también como buenos nepalíes gustan del arroz blanco (si no hay más remedio, claro).
En definitiva, bien merece la pena no dejarse engañar con los puestecitos callejeros, repletos de bolsitas de plástico de mil colores que pueden atrapar fácilmente la atención del visitante. Mejor decantarse por la comida local, y si no se quiere llenar mucho el estómago, entonces optar por una fruta, de las cuales recomendamos mandarinas o manzanas, con un sabor que será difícil de comparar con la fruta insípida a la que nos tienen acostumbrados buena parte de los supermercados europeos, y en ellos incluyo también la comida bio o ecológica. Y es que si uno no puede sucumbir al antojo, el chocolate nepalí dejará a más de uno con un extraño sabor de boca, pues su peculiaridad sorprenderá a los amantes de este internacional tentempié. Ahora que la valoración, la dejamos a gusto del consumidor.